martes, 29 de julio de 2008

Brno Easton Ellis

La humedad relativa del aire debe ser del 70%, la temperatura, agradable, la luz solar vaporosa tras un tupido manto de hidrógeno y oxígeno indecisos, una avioneta amarilla de acrobacias practica barriletes, loopings, espirales y caídas sobre el aeropuerto de Brno, una ciudad importante de la República Checa. Me detengo a observarla, envidio al piloto, recuerdo a un par de amigos aviadores y otros yonkis de la misma pandilla mientras una mosca checa intenta chupar el sudor de mi cuerpo. Son las 11 de la mañana y le digo que me suda la polla que revolotee buscando de lo que no hay, pues he pasado un frío de cojones en la cámara frigorífica con alas que me ha traído hasta aquí por unos cuantos pavos. Le comento que las azafatas no estaban nada mal, la aburro y se pira en busca de alguno más gordo. 

Me adentro en la terminal, los rótulos me dicen que no tengo ni puta idea de checo, que mi pelo es el propio de 7 días en el Tíbet sin champú. El de información me conduce a una temerosa amargada de veinte años que parece responder a mi cabellera. Mientras flipo con ese sitio, ciertamente moderno y completamente lejano me detienen un par de policías. El hombre me pide la documentación mientras su hermosa compañera se me sube encima con la mirada intentando mostrarse autoritaria, cuatro frases erasmus, la incomprensión de más del 70% asociada y unas risas se resuelven gracias al DNI. Les pregunto dónde cambiar dinero y me separo lamentando no transportar droga. Aquí las noticias vuelan y yo era una de ellas. Cuando viajas al Norte, la gente te mira con interés y respeto, envidia sana hacia los mediterráneos, divertidos, abiertos y relajados excepto...

Fuera me entretiene la imaginación subida a un tejado ondulado como la línea superior de un ojo redoblada en su borde y posibilitando que un niño de más de siete u ocho años suba hacia las alturas. Dejo mi mochilón y me subo corriendo. Llegado al punto más alto, miro la pista ubicada en una vasta llanura. Me agrada el matiz de sus colores, templado y algo pasteloso, diferentes. Recuerdo la indiferencia del extranjero de Camus, me recargo, me desinhibo, sonrío y aterrizo en aquel entorno desconocido. 

Bajo, cojo el autobús y me dirijo hacia la parada reseñada por uno de mis inmediatos compañeros de viaje. Es la última parada.

Aquí todo está rodeado de densa vegetación cual maquia mediterránea, siendo las especies más tiernas, de hoja más grande y coloración más oscura, alternándose con el óxido y el decapamiento de metales, pinturas y áridos de la antrópica tarea. Observo el fenómeno de éxodo industrial que atrae a las grandes empresas automovilísticas a estas tierras de vida barata en que los desperfectos son asumidos por la prioridad y justificados por un frío de cojones. Espacios inútiles intercambian gramíneas a la espera del Perpetuum Mobile. Qué maldito prefijo debo marcar para llamar a mi colega? Observo los números en los carteles publicitarios, pruebo y fallo. Recibo su llamada. Era el 0034.

Espero a mi colega sentado en un murete encabezado por tablas de madera a modo de banco, lío un cigarrillo bajo la sombra de una conífera. Les pido fuego a dos de los cuatro borrachos que me acompañan a la espera de algo o alguien que les cambie la vida, uno de ellos es viejo y judío, el otro jóven y magrebí, curiosa pareja entre nubes de marihuana. Pienso que lo tienen apañado, aquí la hierba va a 10e el gramo. Fumo tumbado sobre mis bártulos prosiguiendo Menos que cero de Bret Easton Ellis ojeando a los cuatro borrachos que me acompañan a la espera de algo o alguien que les cambie la vida y atendiendo a la figura de mi colega. El libro retrata la depravación, los vicios y el vacío existencial de los esclavos de la fortuna de Hollywood en los años ochenta, descrita a lo largo de las vacaciones de un joven víctima medida de la farlopa, deprimente, escueto y algo exagerado en concordancia con el mundo del cine que transporta las vidas de cuantos le rodean: Realista, decadente. Recomendable a hijos de papa con aspiraciones intelectuales que tonteen con la cocaína, las anfetas, el caballo, el valium...a viejos pederastas en busca de una lectura picante, a madres de casa con ganas de saber qué es lo que puede estar haciendo su hijo para volver cada semana más alterado y por supuesto, a todo buen cristiano.

Casas de mediana altura, mezcla de antiguo y desarrollismo, un tráfico ligero de parque automobilístico representativo de los últimos veinte años de Sköda, tranvías chirriantes y autobuses de largas antenas, parques sencillos, pocas estatuas, una catedral mediocre con un papa impersonal convertido en cofia, bíblia y dos manos que asoman entre estos, bloques que me recuerdan al barrio turco berlinés, a saber, grandes, cuadrados, generalmente grises con escasas ventanas y tejados muy inclinados distribuidos por amplias calles llenas de remaches.
En un pequeño patio blanco, amarillo y empedrado, una escultura de aleación de aluminio representa una especie de almohada abollada que quedaría de puta madre en algún rincón de algún jardín de algún tiburón en traje de lino blanco, frente a los cipreses de la privacidad.

Desaparezca aquí.

2 comentarios:

Unknown dijo...

una prosa lírica deslumbrate, fina y tallada como el buen mármol de la buena cocina. Keep on blogging!!

fag dijo...

de lo mejor que he leído últimamente. brutal.
brutaaaaaaaaaaaaaal

(y no te lo digo pk ahora estés aquí a mi lado con tu mac creando...)